sábado, marzo 01, 2008

Decálogo de dudas existenciales propias de las fiestas

Cada fin de año se vive en nuestro país un fenómeno que empieza y termina con la travesía del multifacético pino navideño. Algunos tienen la fortuna de contar con un práctico y maleable árbol, comprado en uno de los tantos bazares apostados en las inmediaciones de Once, cuya principal virtud radica en la simpleza con la que se esconde debajo de la cama o en un armario reservado exclusivamente para artículos de uso esporádico. ¡Si hasta se lo puede guardar con las bolas puestas! Otros, como es mi caso, no contamos con esa suerte y tenemos que ir y venir de una baulera abarrotada de mugre centenaria, cargando cajas contenedoras de múltiples artículos decorativos y las partes cercenadas de un abeto descomunal, que luego, cual transformer naturista, se irá uniendo hasta ser coronado con una reluciente lanza plateada; o bien, con un cometa o con el vibrador a pilas de la tía ninfómana.

Las fiestas suponen no sólo aquello que acompaña el mero hecho de armar el “coso” el 8 de diciembre, como la lucha encarnizada con las patas del árbol para que se inserten en el tronco, el fogonazo de tres hileras de luces cuando uno ya creía que se había sacado de encima la tarea o el fascinante espectáculo de ver que el árbol -de buenas a primeras- se inclina como si fuera La Torre de Pisa; también traen aparejado un racimo de cuestiones que deseo compartir con todos ustedes.

1) ¿Cuál es el propósito de poner en la mesa un plato con pasas de uva que nadie come? Sí, ya sé, me dirán que es para pedir deseos para el año entrante o que es lo único que puede comer el abuelo porque se le rompió la dentadura postiza y esa plata está destinada a pagar las vacaciones a Las Toninas, pero no me alcanza para justificar la presencia de ese “manjar delicioso” junto a las garrapiñadas.

2) ¿Vale la pena comprar ese Papá Noel de plástico que toca el saxo, baila al ritmo de cumbia y despide llamas por los ojos cuando se lo enciende? ¿No habría que pensar, antes de realizar esa compra, en la facilidad con la que los niños se mean en sus camas cada vez que recuerdan el rostro demoníaco del muñeco?

3) ¿Conviene dejar la ventana abierta durante el período en el que convivimos con “el árbol que rompe las pelotas”? Reconozco que el calor que azota la ciudad hace imperioso abrir puertas y ventanas, pero de ahí a permitirle el ingreso a una nube de mosquitos y a una familia de horneros que se instalan entre las ramas y que luego están dispuestos a defender su hogar a puro picotazo es otra cosa. ¿Y si mejor cerramos todo y mojamos las patas en una palangana?

4) ¿Adónde van a parar las cañitas voladoras? Cuando disparamos la pirotecnia nos olvidamos del asunto (salvo que por un descuido o un desperfecto de fábrica nos hayamos volado parte de la cara, tres dedos de la mano izquierda o directamente el órgano sexual masculino porque quisimos emular a los descerebrados de Jackass) y volvemos junto a nuestros familiares que ya andan por la quinta botella de Sidra Real. ¿Y las cañitas disparadas? ¿Se desintegraron en el aire o fueron más allá? ¿Y si por algún vericueto del destino, impactaron en un papalote que cambió su dirección para impactar con una paloma, que cambió su dirección e impactó contra el vidrio de un hidroavión, que cambió su dirección y golpeó un avión de Aerolíneas Argentinas, que también cambió su dirección e impactó con una nave extraterrestre que venía en son de paz? ¿Y si una cañita voladora iniciara un conflicto bélico intergaláctico?

5) ¿Es recomendable narcotizar a los chicos antes, durante y después del brindis? Por favor, no me malinterpreten. Las criaturas son divinas y le adosan al festejo navideño toda la magia que los decrépitos adultos ya no podemos incorporarle, pero seamos francos; en ocasiones pueden llegar a ser verdaderamente insoportables. La ametralladora que dispara balas de fuego, pero que también es lanzallamas, se transforma en robot jirafa, tiene sonido, funciona como reloj despertador, horno microondas y sirve para rascarse la espalda… de los Power Rangers ya fue. Ahora está de moda el rifle con mira láser que deja ciego a los amiguitos, pero que también es rociador de ácido sulfúrico, se transforma en muñeca inflable, cuenta chistes cordobeses, funciona como iPod, calienta la pava, se toma el mate y sirve para arrancarse los pelos de la nariz…. de Patito Feo. ¿Se imaginan a los borregos de aquí para allá con el bendito aparato?

6) ¿Disfrazarse de Papá Noel suma o resta en la ecuación? A simple vista, sería un acto de nobleza de los más grandes rentar un traje en uno de esos negocios de cotillón para sorprender a los más pequeños. El tema es que las cosas han cambiado mucho en los últimos tiempos. Las generaciones ya han dejado de comerse los mocos; tampoco pronuncian palabras sin sentido como gaga-bubu-pete. Ahora gozan de una mayor independencia y no respetan como antes el sentido de la autoridad paterna. ¿Qué pasaría, pues, si alguno de los conmovidos, indignado porque el señor barbudo no le obsequió el año pasado el último juego que salió para la Play, decide hacer justicia por mano propia y lo caga a palazos?

7) ¿Cuándo es aconsejable llamar de urgencia al servicio médico porque el abuelo hizo un coma alcohólico? Siempre después de las 2 de la madrugada. No es justo perjudicar los festejos de los abnegados profesionales de la salud.

8) ¿Qué hacer con las mascotas que se asustan con las explosiones del exterior? Para solucionar este inconveniente que se les presenta a muchas familias en el país, se me ocurre una lista de posibles recursos, cuya efectividad no ha sido probada aún: encerrarlos en el balcón (así se hacen machos); llevarlos de vacaciones un mes antes a Irak, Afganistán o alguno de esos países donde siempre vuela una embajada (así se acostumbran); adiestrarlos para que regresen a casa después de las fiestas; o darles medio Lexotanil, mezclado con Purina Pro.

9) ¿Por qué las mujeres estrenan una bombacha rosa en Navidad si después no hacen otra cosa que quejarse por lo malo que fue el año que pasó? A mí me resulta cómico cuando las quetejedis gritan “¡chicas, hay que ponerse la bombacha!” y se refugian entre gritos -como enajenadas fanáticas de una filosofía dictada por Sandro- en los baños durante varios minutos para llevar a cabo la faena. ¡Justo cuando después de haber comido un mejunje de chocolate, maní, turrones varios y confites multicolores se hace imperioso dejar los sanitarios liberados! Pregunto desde la ignorancia, ¿les trajo suerte alguna vez respetar esta tradición? ¿Las hemorroides no las tuvieron a maltraer durante un año por haber usado la bendita bombacha rosa?

10) ¿Puedo ser excomulgado si decido dejar durante todo el año el fastidioso, ciclópeo, inclinado y chamuscado árbol navideño en el medio del living, a fin de evitar una nueva diáspora material? ¿No sería mejor dejarlo ahí, o en el peor de los casos, guardarlo así como está en la baulera con la familia de los pajarracos y los feroces mosquitos piraña adentro?

Esperando que mis reflexiones, dudas existenciales, preguntas con o sin respuestas y delirios varios no hayan herido la sensibilidad de quienes me leen a diario, les deseo a todos unas muy felices fiestas; y ojo con tomar de más estando cerca de un niño que no conoce la verdad sobre el gordo barbudo que se viste de rojo.