miércoles, febrero 22, 2006

Travacienta

Había una vez un chico muy bueno, pero homosexual hasta la médula, que convivía con su madrastra y dos hermanastras tan horribles que mientras fueron chicas su madre les dio la teta de espaldas. Vivían en una pocilga ubicada a escasos metros de la estación y, antes de dormirse, respetaban con religiosidad la misma rutina: escuchar las primeras tres canciones del último álbum de “Caballeros pagan la entrada, sin consumición”, un popular grupo de cumbia.

Hermanastra 1. -¡Mamá, Travacienta está jugando con las muñecas y no fregó el piso del baño como le ordenaste!
Travacienta. -¡Cerrá el pico, buchona! ¿No ves que estoy en el medio de un concurso de preguntas y respuestas con modelos? Ahora contesta Nicole en la categoría “Física Cuántica por ochocientos”.

Al pobre Travacienta le hacían hacer todo el trabajo pesado de la casa. Desde cocinar, planchar, limpiar el inodoro y encender el fuego, hasta patrullar la Zona Roja durante la medianoche.
Un día, el apuesto hijo del Rey anunció que iba a ofrecer un gran baile al cual estaban invitados los personajes más influyentes del país. Políticos, economistas, grandes pensadores, músicos, deportistas y dirigentes gremiales comprometieron su presencia, pero como el Príncipe estaba en plena campaña electoral (porque quería manotear algún cargo mientras su padre echaba raíces en el trono) tomó la demagógica decisión de sortear cincuenta entradas entre los sectores más excluidos de la sociedad.

Hermanastra 2. -Madre, nos acaban de llegan invitaciones para la gran fiesta que dará el Príncipe en su opulento castillo.
Madrastra (en vos baja). -Te advierto chiquita: no juegues con mis sentimientos. La última vez que en esta casa alguien abrió la boca para contar algo, tu padre murió de un infarto. ¡Pobre Jacinto! Quería que tu hermano jugara de nueve en la primera de Chacarita y le salió invertido.
Travacienta. -¡Qué emoción! Me muero por conocer al afamado Príncipe.
Madrastra. -¡Ni se te ocurra aparecer por ahí! Además, hoy te toca hacer guardia en Constitución, junto a las simpáticas dominicanas.

Travacienta tuvo que trabajar más que nunca ayudando a su madrastra y a las hermanas con los vestidos Chacarel que compraron en un negocio de ropa importada de Pobrelandia, con defectos de fábrica, pero casi imperceptibles. Cuando partieron, la pobre se sintió tan desdichada que rompió a llorar.

Hada Madrina. -Hola, cielo.
Travacienta. -¡Ay, qué lindo... Campanita!
Hada Madrina. -¿Campanita? ¡Soy tu hada madrina, estúpida, y estoy aquí para cumplir tu deseo más anhelado.
Travacienta. -¿Pasar la noche con Brad Pitt?
Hada Madrina. -No.
Travacienta. -¿Costearme el cambio de sexo en “Transformaciones”?
Hada Madrina (resoplando). -¡No!
Travacienta. -¡Ya sé! ¡El Súper Vibrador Penetrol Xpn!
Hada Madrina. -¡No, querido! Esto es un cuento de hadas... limitémonos a respetar el guión que algún descerebrado escribió. ¡Por Dios santo! Me refiero al baile que celebrará el Príncipe hoy.

Entonces, el hada hizo un pase con su varita y, por arte de magia, el muchacho descubrió que llevaba puesto un precioso vestido de gala y unos encantadores zapatitos de cristal. Después movió su varita y convirtió una banana en una limosina, y para conducir el vehículo, a una cucaracha en chofer.

Hada Madrina. -No te olvides que la magia concluye a la medianoche. Si no estás de vuelta para ese entonces van a descubrir la farsa. Un consejo más, hija, aprovecha tus quince minutos de fama y procura abrazar a cuanto famoso se cruce en tu camino, siempre y cuando haya un fotógrafo cerca.

Travacienta asintió y subió a la limosina. La cucaracha-chofer hizo tan bien los deberes al volante que con los brazos libres tenía tiempo para golpear a los muchachos, que en los semáforos, querían a toda costa limpiar los vidrios del lujoso vehículo. Tavacienta ingresó al salón justo en el momento en que el presentador anunciaba la llegada del Príncipe, hijo único y heredero natural al trono.

Presentador. -Damas y Caballeros, démosle un aplauso al Príncipe Norberto Oscar Bide.

La velada fue fantástica y Travacienta no paró de recolectar números de teléfono y posó hasta con los miembros del sindicato de camioneros, pero cuando bailó el vals con el impactante Oscar Bide, Cupido vio la escena, extrajo el arco y la flecha y, con el estómago revuelto, se disparó en el corazón.

Príncipe. -Bienvenido a Spartacus, mi humilde morada. ¿Le gustaría pasar a otra habitación donde estemos más cómodos? Hay algunas posiciones de un libro que estoy leyendo que me gustaría discutir con usted.
Travacienta (con la timidez propia de alguien que se bebió hasta el agua de los floreros). -¡Claro, papi!

De pronto, el reloj empezó a tocar las primeras campanadas de las doce. Travacienta saltó de la cama y se echó a correr mientras su amante la miraba consternado, con el libro abierto en el capítulo cuatro.

Al llegar a su casa, el encanto desapareció por completo. Quien más lo lamentó fue la cucaracha que murió aplastada por la alpargata de una de las hermanastras.

Hermanastra 1. -Bicho repugnante...¿se puede saber qué demonios estás haciendo sentado sobre esa banana?

El hijo del Rey cayó en un gran pozo depresivo, pues había perdido a la bella joven de la que se había enamorado perdidamente. Pero como a este guionista le gustan los finales felices (al menos cuando no se trata de terror), Oscar Bide no se resignó a su suerte y empezó a recorrer todos los prostíbulos y bares de mala muerte hasta encontrarla. Y de tanto patrullar, por fin la halló un día en pleno Palermolandia.

Príncipe. -Travacienta, amor mío, mi búsqueda ha llegado a su fin.
Travacienta. -Oscar Bide. Aún quedan muchos capítulos por repasar. Le ruego acepte pasar... la casa invita.

Ese día se amaron hasta que el sol se fue a dormir al día siguiente. El Príncipe la llevó a Spartacus. Allí se casaron y vivieron felices por siempre... es un decir, porque un día cayó la policía, clausuró el castillo y se lo llevó en cana.

Fin

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