jueves, diciembre 21, 2006

Efectos colaterales luego de la ingesta desmedida de alcohol

Las fiestas suelen estar emparentadas con los abrazos, las risas, los accidentes causados por la pirotecnia y el reencuentro postergado con parientes que habían desaparecido, incluso, de los archivos de INTERPOL, ¿pero qué sucede cuando se mezcla el alcohol con la ilusa creencia de los párvulos e inocentes mequetrefes de la familia?

Esto no pasó aún, pero es factible que se produzca muy pronto; tal vez en mi casa, tal vez en la de alguno de ustedes.

Imaginemos un sujeto “A”, de lengua filosa y con una sinceridad desgarradora. Este individuo no suele beber en demasía, pero piensa patear el tablero el próximo veinticuatro de diciembre. Imaginemos que el sujeto “A” tiene un sobrino “B” que aguarda esta fecha desde que se cansó de revolear su camioncito de juguete que le trajo Papá Noel, Santa Claus, Sai Baba o el Hombre de la Bolsa (también conocido como “El Cuco” en otras latitudes). El chicuelo, desde ya, desconoce la verdadera identidad del abnegado intruso que se desliza por las chimeneas, y les deja a los habitantes del mundo numerosos y coloridos paquetes. Si se le pregunta “¿quién es Santa?”, con seguridad contestará “un señor muy bueno, que le trae regalos a los niños que se portan bien”. Lo que no sospecha, al menos hasta que un compañerito de colegio le quita la venda de los ojos, es que es víctima de una cofradía familiar que lo engaña sistemáticamente año tras año.

Con tierna credulidad y esfuerzo, el sujeto “B” redacta la carta en donde le manguea al hombre del Polo Norte un montón de regalos de cuantioso valor. Luego manda la misiva por Correo Argentino u Oca, desconociendo que los pobres cadetes no llegan hasta esas latitudes, porque no los deja el 60 ni el Premetro; y se dedica a recorrer las tiendas ─bellamente decoradas─ con sus ojos como platos, su boca babeante y el reproche constante por haberse olvidado de pedir “la ametralladora que dispara balas de fuego, pero que también es lanzallamas, se transforma en robot jirafa, tiene sonido, funciona como reloj despertador, horno microondas y sirve para rascarse la espalda… de los Power Rangers”.

Probablemente el sujeto “A” no vea hasta horas antes del brindis al “B”, por más que sabe perfectamente que debe guardar silencio y ser cómplice de toda esa farsa para no merecer las reprimendas del sujeto “C” o “D”, y como en su caso se trata de una familia numerosa, de “E”, “F”, “G”, “H2O”, “YPF”, y por el perro asustado por los cohetes que ataca las zonas nobles.

Cuando el momento llega, convergen la desbordante expectativa del niño con los litros de alcohol que corrieron por la garganta de “A”, haciendo de ésta una combinación más peligrosa, incluso, que la del vino y la sandía. Siguiendo pues con la fantasiosa enumeración de suposiciones, el sujeto “B” a esta altura de la noche ya es una radio de transistores, y no se lo puede domar ni con los dardos utilizados en Parque Jurásico; por el contrario, a “A” el alcohol le liberó el inconsciente (incrementando su consabida sinceridad brutal)… y, sí, es una bomba de tiempo cuya cuenta regresiva está próxima a llegar al cero. ¿Qué ocurre entonces? Hay dos alternativas factibles. La políticamente correcta es que sus pares, tomando nota que el secreto está en peligro, lo amordazan y lo encierran con Bobbie… que sigue asustado por los cohetes. La segunda opción no es tan feliz, y sintetiza el título de estos párrafos…

El sujeto “A” lo levanta a “B”, lo sienta sobre el regazo y le dice que tiene algo muy importante que contarle, algo que va más allá de si Tinky-Winky es homosexual o lo aparenta. El chicuelo lo mira. Mira de soslayo el abrelatas de los Power Rangers, pero le vuelve a clavar los ojos porque le carcome la curiosidad. Y es entonces cuando el colorido de los fuegos artificiales palidece, cuando el marcapasos del abuelo colapsa, cuando “C” rompe en llanto, “D” la persigue con toneladas de “Kleenex” y Bobbie, motivado por el caos reinante, arremete contra la pierna de la prima anoréxica. Cinco palabras tan solo. Cinco palabras que arruinan para siempre la magia de las fiestas. “Papá Noel shon los padresh”. “B” no sale de su asombro, y “A”, fuera de sí, incapaz ya de sosegar a la bestia que se ha apoderado de su cuerpo, descarga toda la artillería sobre el estupefacto chiquilín que lo mira sin poder creer las revelaciones de su alcoholizado tío, que le dice: “…sho te voy a contar cómo es todo eshtooo, shujeto “B”, Papá Noel shon los padres y eshto no termina ahí (el sonido del eructo va en la parte del párrafo que ustedes consideren más apropiada), porque los Reshes Magosh también shon los padres, y el ratón que te deja un billete debajo de la almohada cuando perdesh un diente… ¿adiviná quiénes shon?...¡Puesh, los padresh! ”

A esta altura de la noche el descalabro es tal que a nadie le interesa que el marcapasos de “E” haya sufrido un cortocircuito. Y entonces, “B” llora desconsoladamente y no alcanzan los “Kleenex” para secar semejante dolor. No le importa ya “la ametralladora que dispara balas de fuego, pero que también es lanzallamas, se transforma en robot jirafa, tiene sonido, funciona como reloj despertador, horno microondas y sirve para rascarse la espalda… de los Power Rangers”. Nada basta para calmar la traición. “A”, por otra parte, y con la tranquilidad de haber vomitado la verdad, también vomita las garrapiñadas, el pan dulce, las nueces y los confites sobre la alfombra bicentenaria de la familia.

Moraleja: si tu nene cree en Papá Noel, Santa Claus, Sai Baba o el Hombre de la Bolsa, brindá con Cepita de manzana, y santo remedio.

¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!

1 comentario:

Eli dijo...

ahhh no sabia que tenìas blog pero... ACTUALIZALO!! escribìs muy bien..

un beso y gracias por tu firma =P